REVOLUCIÓN

REVOLUCIÓN
"Consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos..."

viernes, 15 de marzo de 2013

ADIÓS

MI ÚLTIMO CUENTO. ME GUSTA MUCHO TAMBIÉN AL IGUAL QUE EL PRIMERO... Tengo miedo. Pero no es un miedo común, no sé cómo explicarlo. Es un miedo que me atrae y me arrastra decididamente entre temblores y deseos, un miedo que se traduce en un grito silencioso, que previene, que ajusta las riendas, pero que sin embargo encuentra a esas manos, otrora fieles, prontas a transitar el camino del territorio inexplorado. Por mis venas afiebradas potros desbocados corren. Hordas herejes arrasan impunemente: he luchado denodadamente, he dado todo de mí, pero estos bárbaros Atilas desconocen la piedad, la vergüenza, el pudor…Mis ojos imploran una ayuda que no vendrá. Estoy sola y con dudas, eso me condena. Presiento, en esta rara noche, que todos los senderos terminarán en el mismo sitio. Las manos, esas suaves y comprensivas manos, esas tiernas extensiones del cuerpo que incontadas veces sostuvieron este cuerpo abatido por la tristeza adolescente, ellas que abrazaron, que acunaron pacientemente este sueño púber, hoy buscan y exploran con otros ojos, esquivan un poco creíble rechazo, derriban decididamente estas barreras de paja que les impongo, permutan antiguas y castas caricias por inquietos y transgresores dedos. Estas manos alfareras, tantas veces oferentes, profanan hoy obscena y decididamente. Un mapa aerodinámico y sensitivo, mi cuerpo. Bahías y trópicos frondosos, médanos turgentes y sierras elípticas. Es intensa la noche que lentamente muere y se deshace en sonidos. Estoy parada ante un largo camino. Comienzo a desandarlo lentamente; descubro que detrás de mi paso todo se borra. Salto un muro, dejo atrás la virtud; escalo decididas montañas y llego hasta la cima. Cierro los ojos. Un aroma profano colorea mi rostro. Sudo. Pienso hacia atrás: mi infancia se acurruca en recuerdos. Descubro nostálgicamente una figura de niña que se aleja. El alma se rasga y un cuadro se mueve de lugar. Lentamente mi cuerpo vuelve a su peso normal. Una espalda móvil, una figura sin rostro que se achica al compas de pasos. El golpe suave de una puerta me dice que una historia se cierra (o quizás comienza). Poco a poco mi cuerpo es abatido por una tristeza nueva. Mi inocencia se disipa en lágrimas que humedecen las heridas sábanas.