REVOLUCIÓN

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"Consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos..."

viernes, 9 de abril de 2021

 

LA REALIDAD COMO HISTORIETA

La lectura de “El eternauta” no había sido planificada de ninguna manera. No sé por qué, ese día, busqué el libro azul que contenía la historia de Oesterheld con dibujos de Francisco Solano López, y me senté a releerla. Desde que mi trabajo me había exigido quemar horas en la “compu”, ya no revisaba mi colección de héroes y villanos de papel que tanto me gustaban y que dormían en un estante perdido de la casa. Ese libro, particularmente, pertenecía a la colección de Clásicos de la Biblioteca Argentina, dirigida por monstruos como Piglia y Tcherkaski con prólogo de Juan Sasturain y eran “imprestables”. Amaba esa colección en la misma medida que la olvidaba. Leer mientras tocaba con las yemas de los dedos la hoja rugosa y amarillenta era un placer inigualable, placer que compartía con el café y las películas de ciencia ficción. La noche invitaba con su frescura y su calma.

Soy un hombre solo. ¡Bah!  solo, es una manera de decir, ya que vivo con mi compañera de vida y mis tres hijos, pero ninguno de ellos comparte mis gustos y mis costumbres. Amo los libros y el cine. Amo las noches y las madrugadas. La soledad, ese lugar tan temido para algunos y tan amado por otros, ha sido mi compañera desde siempre. Pero, como toda paradoja de mi existencia, creo que la clave de la vida se halla en lo colectivo, en lo grupal. Siempre admiré a Oesterheld por esa mirada del héroe colectivo, del héroe en grupo, tan opuesto a los personajes yanquis de las películas en donde un tipo mata a todo un batallón sin sufrir ningún rasguño y se va con la mejor chica.

Esas primeras páginas de “El eternauta” me identificaban notablemente: el trabajo de noche, la soledad, la escritura. También Juan Salvo podría ser yo. Pensé que una posible invasión a nuestro mundo en este momento podría ser fatal, un meteoro chocando la tierra, un virus global…la historia me hizo pensar muchas cosas. No me asombraban los hechos, ya que conocía la historia, me asombraba que lo que estaba leyendo me generara esos pensamientos tan apocalípticos, tan existenciales, algo que no me había ocurrido en las anteriores lecturas ¿Será algo así nuestro final?, divagué.  La madrugada me descubrió llegando casi a la mitad de la historia. Esa lectura era diferente, más íntima, más existencial. Solo me había pasado eso con “El principito” que, leído en tres etapas diferentes de mi vida, me parecían libros tan “distintos”. Este era otro eternauta, me hablaba a mí, me susurraba el valor de la familia, de los amigos, de los vecinos, de los sueños…Suspendí la lectura para dormir un rato, solo por rutina, aunque no estaba cansado. Pronto la retomaría.

Mediodía. Como era habitual, me hablaron para almorzar. No recuerdo que había soñado, pero mientras comía, Paola, mi compañera de la vida, me comentó que en la televisión habían hablado del primer caso de una persona contagiada con un virus nuevo en un lejano pueblo de China. Los canelones restaban importancia a todo comentario en derredor. Asentí con la cabeza por respeto y seguí comiendo. Me encantan las sobremesas pero esta vez quería seguir leyendo a Oesterheld, a quien había dejado en la madrugada. Me dirigí inmediatamente a mi estudio y busqué el libro. La notebook en la mesa me incitó a chequear la noticia que había mencionado Paola, solo por curiosidad, así que la encendí. “Virus nuevo”, “China”, “buscar” …Los portales de todo el mundo hablaban de ese extraño virus el COVID-19, un “virus que se transmite de persona a persona a través de pequeñas gotas de saliva conocidas como ‘microgotas de Flugge’ y que había sido descubierto en un grupo de obreros de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, en China Central”, rezaban los diarios. Portal tras portal se repetía la noticia: “virus nuevo…China…Wuhan…”. La cosa era importante, aunque China estaba muy lejos de la Argentina, me dije.

Retomé el libro azul y me recosté en sus páginas. Amaba los dibujos de Solano López, que había conocido en la vieja “Nippur Magnum”, con cuyas páginas soñé mi adolescencia en la lectura de la serie “Águila Negra”, grupo de soldados polacos, héroes anónimos y colectivos de la Segunda Guerra Mundial, cuyas peripecias son contadas por uno de sus integrantes ya anciano, Ilia Potocky. Los trazos del viejo Solano López eran perfectos, no dibujaban figuras, dibujaban historias atrapantes y emotivas. Invitaban a una lectura persistente y fiel, sea la historia que fuere. Por esa serie llegué a “El eternauta”.

Batalla de “River Plate”. No soy de River, pero como me hubiera gustado que esa lucha hubiera sido en el “Libertadores de América”. El hincha que llevamos adentro. Leía lo de la máquina de alucinaciones y de forma automática pensé en el poder de los medios de comunicación, en la televisión, en la radio, diarios que distorsionan la información y nos venden anteojos con su sello: vemos “Cascarudos”. La lectura se volvía interesante y comenzaba a amar a Juan Salvo. Paola anuncia la visita de un amigo entrañable. Fin de la lectura, hasta otro momento.

Nuevo año. Enero, febrero. La televisión anuncia nuevos casos del COVID-19 en otros países. Un caso en Brasil. Está cerca. Marzo, martes 3, primer caso en la Argentina. En casa todos comenzamos a pensar según nuestra cosmovisión del mundo: Paola, evangelista activa, comenta que es un castigo de Dios por todo lo malo que el hombre hace con el planeta y con sus semejantes, por tanta violencia; Tomás concuerda con ella. Sofía, más racional, pregunta qué otras pestes grandes hubo a lo largo de la historia. Pienso en la gripe española de 1918, en el ébola del ‘76, la gripe aviar del 2004 o la gripe A de 2009, que son las más recientes. Pero la fiebre amarilla que azotó Buenos Aires entre los años de 1850 y 1870 fueron devastadoras para la población porteña, le comento. Sofía ama la historia. Desea estudiar arqueología, me dice. Pienso en cómo el mundo se convulsiona cuando aparece, cada tanto, algo que sacude la modorra del hombre. ¿Solo las pestes matan?   Pienso en el hombre contra el hombre, pienso en Hobbes: “Lupus est homo homini”. Las guerras mundiales y las pestes actuaron como equilibrios demográficos en otras épocas. Ya no hay guerras importantes, solo quedan las pestes y el desastre ecológico. Sofía comenta que una profesora habló de una historieta escrita en los cincuenta donde una extraña lluvia de aparentes copos de nieve obliga a la gente a quedarse recluida en su casa, porque al salir, esta muere en forma automática. “El eternauta”. Había olvidado su lectura desde diciembre.

Vuelvo a la lectura de Oesterheld y descubro en cada palabra, en cada párrafo un susurro, un mensaje. El aislamiento obligado de Juan Salvo y sus amigos los lleva a reafirmar valores olvidados en el hombre como la amistad, la confianza, la solidaridad o el valor de la vida. Han descubierto que la “Unión hace la fuerza” y que el verdadero héroe, es el héroe colectivo. Leo las escenas y leo mi vida. Descubro que ciertos momentos son irrecuperables. El COVID-19 está entre nosotros. Me detengo a mirar por más de una hora la imagen de mi hija más pequeña Frida: es una realidad su casita del árbol, antigua deuda a mi casi quinceañera hija Sofía. Esta situación ha desarrollado en muchos el deseo de volver a la naturaleza, de ser niños nuevamente. Descubro día a día el valor de un abrazo y la cara más fea de la soledad. Pienso en la nieve sobre Buenos Aires y sonrío. En Buenos Aires nevó en 1918 y en el 2007. Hoy llueve una amenaza microscópica en todo el mundo, en Chaco. Esta novela en historieta me obnubila con sus metáforas, con sus mensajes cifrados, con su poesía. La claridad con que algunas imágenes vienen a mi mente me asusta. La muerte igualadora. Termino exhausto. Me voy a dormir.

26 de abril del 2020. Tercera etapa de cuarentena. Me he gastado las opciones en netflix. He fatigado libros que esperaban su lectura, he dibujado, he pintado y escuchado música. Por mis sueños veo a “Néstor” con su traje de Eternauta. “Nestornauta”. ¿Podremos viajar en el tiempo algún día? Escucho alguna broma de barbijos. Nos han privado de ver la belleza de los labios y los hoyuelos de la cara. El virus ¿mata a las personas o mata las intenciones, los sueños? ¿Están a salvo nuestra felicidad y nuestra tranquilidad? Pienso en Orson Welles y en Orwell, en Arthur Clarke. Los momentos que se escurren lentamente como agua entre las manos. Pienso en “Cosme”, mi viejo, luchando contra un cáncer de próstata, pienso en “Favalli”. A mi viejo siempre le gustó la electrónica. Pienso en “los ríos que van a dar en la mar que es el morir…”, lecturas del profesorado. Me pregunto si esta pandemia no será ni más ni menos que una historieta para adelantar, en forma de metáforas reales, nuestro final. Nos obliga a recurrir al amor, a la amistad, al cariño de los hijos y a la paciencia de los padres ancianos. ¿Será quizá el argumento o excusa de un ser superior que nos tira la oreja por los desastres que cometemos en el mundo? Nos abraza delicada y lentamente con su mano en nuestro hombro para susurrarnos al oído que la vida es otra cosa, no este desperdicio en el que estamos enterrado hasta las botas. Que no somos nada sin la humildad, sin la humanidad.

Juan Salvo. Nombre original si los hay. Da idea de salvación, de predica evangelista. Pero evidentemente Oesterheld avisaba a través de su historieta el destino de sobreviviente que tenemos aquí en la tierra. “Los 100”, una serie de ciencia ficción que me atrapó en estos últimos tiempos, me viene a la memoria. Cien jóvenes que son mandados desde una estación espacial a la Tierra para ver si era habitable después de un holocausto nuclear, ya que en la estación espacial se estaban quedando sin oxígeno. ¿Se nos acaba el “oxigeno”? La verdad que cuando uno piensa en la muerte, el futuro de vuelve difuso, raro. Esta pandemia que nos cruza un azote en el medio de la espalda, bofetada en el medio de la cara, nos está gritando algo importante. Miro los dibujos de Solano López y descubro en sus viñetas objetos interiores cálidos y queridos: las cartas de truco (uno de los pocos juegos de azar que siempre me gustaron, por esa psicología), las calles con sus nombres, el estadio de River, el Congreso, las personas de carne y hueso. Esta lectura me acerca a las cosas queridas, lectura imposible sin la aparición de este virus. Estas páginas y esta cuarentena me han devuelto la vista para ciertas imágenes, que la rutina, las obligaciones y la vertiginosidad de estos tiempos se ocuparon de cegarlas. La verdad no sé si este descubrimiento me vuelve más sabio o más miserable, solo sé que me desarma por completo y me obliga a revisar la rutina de la vida, de mi vida.

Veintisiete de abril. La ciencia ficción me acorrala. “El eternauta”, el COVID-19, desempolvé “La zona muerta” de Stephen King, esta madrugada del 29 de abril pasa un asteroide cerca de la Tierra… ¿Qué película estamos observando? Sonrío y sospecho que la ficción tiene mucho de esto, que no lo es. Por mi cabeza corren ideas, deseos y sueños, agolpándose como chúcaros potros por salir. El tiempo, ese cruel señor que no se detiene, entabla una eterna carrera circular detrás de mi silla. No tengo miedo. Tengo ansiedad. Son momentos en que busco ardientemente ese aleph del que hablaba Borges para ver el mundo en un punto, para percibir la sensación de lo inconmensurable.

Nunca podré entender que fue lo que me llevó a la lectura del “Eternauta”, me pregunto. Lo cierto es que esa inicial lectura marcó un camino de luz hacia las cosas que vendrían. No creerán que comulgo con ideas proféticas, de videntes y demás yerbas, solo digo que tomar el libro no fue deliberado. Hoy lo siento de esa manera. Las batallas interiores son importantes pero las cotidianas demuestran nuestro verdadero valor. Lo demás, lo decide el tiempo.

 

F.M.    18 mayo 2020

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